“Los sindicatos transformaron la
impotencia individual de los trabajadores en poder colectivo de negociación y
pelearon con éxito intermitente para fundir las regulaciones que coartaban los
derechos de los trabajadores y forjar con ellas limitaciones que constriñeran
la libertad de maniobra de los empleadores.”
El autor refiere acá a un momento
de la historia política en que el capitalismo aún podía definirse como
económico, en contraposición al actual capitalismo financiero. La lógica de la
producción suponía, desde luego, un sistema en que el capitalista explotaba a
los trabajadores con el propósito de maximizar sus ganancias. Es decir, que la
mano de obra se compraba al menor precio posible, aquel que permitía la
reproducción del obrero y su familia, no más.
Esto daba lugar a un más que
lógico resentimiento en la clase obrera, obligada a entregar sus mejores años
al trabajo duro sin obtener más que lo necesario para su supervivencia y sin
perspectiva de progreso alguno. Cada obrero hubiera encontrado del todo
imposible encontrar un camino hacia la propia reivindicación de su trabajo y la
demanda de cumplimiento de sus derechos como sujeto y trabajador, pero el modo
en que la política era concebida y en el contexto de la realidad histórica que
esto sucedía, había un canal donde encauzar esas demandas. Y esto se lograba
mediante la formación de esos poderes representativos que funcionaban en
paralelo con los poderes formales de la organización y que la empresa no podía
ignorar.
Así, los trabajadores se
nucleaban en torno de sus principales reivindicaciones conformando una fuerza
de presión que operaba promoviendo en los altos mandos de la empresa la
necesidad de constantes negociaciones que apuntaran a mantener la calma entre
los obreros. No siempre se consiguieron grandes beneficios, pero sin dudas, esa
fuerza colectiva en pos de una causa común, fue la vía por la que se logró
obtener importantes conquistas que limitaban el poder pretendidamente absoluto
de los dueños y patrones.
Hoy resulta casi impensable un
escenario de esta naturaleza por cuanto el actual sistema neoliberal ha
destruido todo embrión de nucleamiento de las personas con el propósito de
obtener beneficios conjuntos. El Estado no es ya la fuerza mediadora que
intenta promover tanto el capital como el trabajo procurando un entendimiento
mínimo entre ambos, y sólo se aboca a la penosa tarea de atraer capitales que
ya no funcionan en vinculación al trabajo sino que fluyen libremente e imponen
sus condiciones, so pena de marcharse a otro sitio en donde sus exigencias se
cumplan.
Cada persona ha de encontrar el
modo de lidiar con aquello que atente contra sus derechos, todo exceso de
poder, todo intento que vaya en contra de su libertad y autonomía como sujeto,
sin poder unirse a otros con cuyos ideales comulgue.
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