jueves, 24 de octubre de 2013

Bawman, Zygmunt: Modernidad Líquida; Bs. As., FCEA S.A., 2002, Cap. 4.

“Los sindicatos transformaron la impotencia individual de los trabajadores en poder colectivo de negociación y pelearon con éxito intermitente para fundir las regulaciones que coartaban los derechos de los trabajadores y forjar con ellas limitaciones que constriñeran la libertad de maniobra de los empleadores.”
El autor refiere acá a un momento de la historia política en que el capitalismo aún podía definirse como económico, en contraposición al actual capitalismo financiero. La lógica de la producción suponía, desde luego, un sistema en que el capitalista explotaba a los trabajadores con el propósito de maximizar sus ganancias. Es decir, que la mano de obra se compraba al menor precio posible, aquel que permitía la reproducción del obrero y su familia, no más.
Esto daba lugar a un más que lógico resentimiento en la clase obrera, obligada a entregar sus mejores años al trabajo duro sin obtener más que lo necesario para su supervivencia y sin perspectiva de progreso alguno. Cada obrero hubiera encontrado del todo imposible encontrar un camino hacia la propia reivindicación de su trabajo y la demanda de cumplimiento de sus derechos como sujeto y trabajador, pero el modo en que la política era concebida y en el contexto de la realidad histórica que esto sucedía, había un canal donde encauzar esas demandas. Y esto se lograba mediante la formación de esos poderes representativos que funcionaban en paralelo con los poderes formales de la organización y que la empresa no podía ignorar.
Así, los trabajadores se nucleaban en torno de sus principales reivindicaciones conformando una fuerza de presión que operaba promoviendo en los altos mandos de la empresa la necesidad de constantes negociaciones que apuntaran a mantener la calma entre los obreros. No siempre se consiguieron grandes beneficios, pero sin dudas, esa fuerza colectiva en pos de una causa común, fue la vía por la que se logró obtener importantes conquistas que limitaban el poder pretendidamente absoluto de los dueños y patrones.
Hoy resulta casi impensable un escenario de esta naturaleza por cuanto el actual sistema neoliberal ha destruido todo embrión de nucleamiento de las personas con el propósito de obtener beneficios conjuntos. El Estado no es ya la fuerza mediadora que intenta promover tanto el capital como el trabajo procurando un entendimiento mínimo entre ambos, y sólo se aboca a la penosa tarea de atraer capitales que ya no funcionan en vinculación al trabajo sino que fluyen libremente e imponen sus condiciones, so pena de marcharse a otro sitio en donde sus exigencias se cumplan.
Cada persona ha de encontrar el modo de lidiar con aquello que atente contra sus derechos, todo exceso de poder, todo intento que vaya en contra de su libertad y autonomía como sujeto, sin poder unirse a otros con cuyos ideales comulgue.


No hay comentarios:

Publicar un comentario