jueves, 31 de octubre de 2013

Pilar García Lombardía, Stein y Pin: “Políticas para dirigir a los nuevos profesionales. Motivaciones y valores de la Generación Y. Universidad de Navarra.

Los siguientes son algunos de los conceptos vertidos por los autores en el texto de referencia. Junto a algunas consideraciones positivas que los mismos vuelcan acá sobre las virtudes de la llamada Generación Y, creemos que es preciso también señalar ciertos aspectos no tan benéficos en términos de lo que podríamos denominar “salud psíquica”, y sobre todo si tenemos en cuenta la importancia de los factores sociales que están involucrados.
“…parece que saben lo que quieren y no lo reivindican, sino que directamente lo ejecutan desde sus decisiones, los blogs de Internet y los SMS. No polemizan ni piden permiso, actúan.”
“Se irán acostumbrando al bombardeo de imágenes, a la información inmediata y visual, a la realidad en 3D. No van a desarrollar la paciencia y la laboriosidad, sino el “ya” y el “ahora.”
“Es una generación de resultados, no de procesos. Cortoplacista…”
“Los jóvenes de esta generación son más individualistas que generaciones anteriores y reivindican la autonomía en sus opiniones y actuaciones, situando su ámbito personal por encima de consideraciones de orden laboral y social.”
Estos jóvenes, que han ingresado al mundo laboral recientemente, no poseen ya intención alguna de unirse a otras personas con similares ideales o con las mismas necesidades reivindicativas. Cabe preguntarse: ¿es esto saludable? Y además: ¿Toman esta postura porque realmente han optado por ella, o simplemente, se les ha negado desde el vamos la posibilidad de construir canales por los que transitar junto a otros?
Sin lugar a dudas, esto se vincula estrechamente con el análisis que Bauman realiza en su libro “Modernidad Líquida”, y que apunta a observar cómo se ha desarticulado todo tipo de acciones que promuevan la unión de las personas en torno a “causas comunes”.
Las “causas comunes” son, precisamente, aquellas que hacen de una sociedad algo más y lógicamente anterior a la suma de sus partes, son el elemento que más nos habla de lo esencial de una sociedad como tal.
El individualismo de esta Generación habla de un narcisismo exacerbado, así como la necesidad imperiosa de obtener resultados inmediatos remite a un desarrollo deficiente de la tolerancia a la frustración. Y estos son elementos que resultan centrales a la hora de evaluar el grado de salud de un sujeto. Más allá de los éxitos personales que estos jóvenes puedan alcanzar en las empresas para las que trabajan, es necesario tomar en cuenta que estas características, en sí mismas, hablan de la carencia de ciertos recursos que son imprescindibles para la vida.
En realidad, se podría pensar también, que ellos son víctimas de un sistema que no ha podido brindar a las personas elementos de cohesión social, que no ha podido transmitir el valor del esfuerzo y la postergación del placer como inherentes a la vida misma. En este sentido, estaríamos hablando de personas que se hallan en un estado de hiperadaptación que es funcional a los requerimientos de la sociedad actual tal como lo exige la empresa actual.

Naturalmente, esto no es vivido por ellos como un problema, sino como una forma de no parecerse a generaciones anteriores. Pero en lugar de tener en cuenta los aspectos positivos que también tuvieron las generaciones precedentes, se produce una actitud meramente reactiva, que rechaza todo cuanto se ha hecho antes en lugar de una actitud de respuesta capaz de evaluar y construir un modelo integrativo, y por lo tanto: superador.

jueves, 24 de octubre de 2013

Schein, Edgar (1988) Capítulo 6 “El inicio y el manejo del cambio” en Consultoría de procesos. Addison-Wesley Iberoamericana, EUA.

“Producir un “cambio” significa hacer que el cliente vea o haga las cosas de manera diferente, pero sin menospreciarlo ni despreciar sus conceptos actuales.”
Es del orden de la evidencia que la capacidad de cambiar es una cualidad que se aproxima mucho al concepto de salud. En ese sentido, la salud psíquica de la que habla Schvarstein, se vincula directamente con la posibilidad o no de cambiar.
Tal como Schein lo señala, un cambio sólo se produce cuando una persona no se siente descalificada a causa del modo en que viene conduciéndose, sino si asume que se hace preciso cambiar con el fin de alcanzar objetivos a los que aún no se ha arribado o que han surgido como consecuencia de la evolución y dinámica de los procesos organizacionales.
Pero este cambio que hace falta debe involucrar al sujeto personalmente, debe poder poner en relación aquello que la organización persigue con sus propias metas individuales. Sin embargo, este punto no siempre es posible, y vale aquí considerar la incidencia de cuestiones relacionadas, precisamente, a la realidad actual y sus características principales en términos de condiciones laborales, elección de trabajo, etc.
El hecho de que las personas tengan como ideales u objetivos propios aquellos que se correspondan con los de la organización, da por sentado que se trata de sujetos que encuentran en su empleo una fuente de realización personal, que se hallan comprometidos con su trabajo, no sólo desde los réditos económicos que éste le proporciona, sino más aún desde la cuestión vocacional y moral.
Si un individuo se desempeña en una actividad en la que pone a jugar sus talentos, su creatividad, su capacidad de iniciativa, y éstos le son reconocidos y retribuidos con justeza, la persona se sentirá inclinada a comprometerse y encarnar las metas de la empresa que lo contrata pues éstas estarán en sintonía con sus propios objetivos. Vale decir que la persona hará propios esos interese, y entonces el cambio resultará gratificante. Es dable pensar que un sujeto así involucrado con las metas organizacionales, no viva como descalificadoras las críticas que se le pudieran hacer respecto de su desempeño. Del mismo modo, la organización no tendrá interés en hacer sentir desvalorizado a un sujeto cuyo compromiso con la empresa es sólido.
De esta forma, el cambio surgirá como una necesidad del propio individuo a partir de la información que indica que no se está logrando aquello que se deseaba y que es preciso hacer modificaciones tendientes a alcanzar estos resultados.




Schvarstein Leonardo y Leopold Luis (comps.): Trabajo y Subjetividad; entre lo existente y lo necesario, Bs. As., Ed. Paidós, 1° Ed. (2005), Introducción.

“La recesión económica imperante en nuestra región a fines de los noventas, obligó a muchos a aceptar peores condiciones laborales: aumento de carga de trabajo, amplia flexibilidad horaria, asignaciones temporarias y contratos precarios, salarios ínfimos y pérdida de beneficios sociales.”
Este concepto vertido por el autor guarda una estrecha relación con lo desarrollado por Zigmunt Bawman en su libro Modernidad Líquida, en tanto se refiere a la problemática que se derivó de la desarticulación del Estado Benefactor que llevó a la extraordinaria movilidad y obsceno poder del capital.
El proceso de individualización y fragmentación llevado adelante por un sistema cuyo único interés es el de enriquecimiento sin medidas y sin consideración alguna por las clases dominadas, ha generado condiciones de trabajo que lindan con lo aberrante.
De este modo, los trabajadores se han visto obligados a aceptar casi cualquier condición, aún aquellas que van directa e inobjetablemente en contra de sus derechos más elementales, a fin de poder sobrevivir.
No hay dudas acerca de los daños de toda índole que esto fue haciendo sobre los sujetos, y por supuesto, no existe modo de que estas condiciones no incidieran sobre su salud psíquica.
Schvarstein da cuenta en este texto de cómo puede una persona encontrar en el trabajo, ya no una fuente de satisfacción y realización personal, sino aún todo lo contrario: una grave alienación. Efectivamente, puede haber características personales que hagan de un sujeto alguien impedido de entregar lo mejor de sí en un trabajo, o puede suceder que alguien no se comprometa y apropie de su propio deseo al tomar un trabajo que no le permite proyectar sus potencialidades, pero el grado de proliferación de este fenómeno de alienación, exige una lectura que excede el análisis de los individuos y requiere de la consideración de la realidad económica, histórica y social, vale decir, del contexto en que esta problemática se da.
En su gran mayoría, las personas hoy no tienen más opción que la de tomar un trabajo que poco o nada tiene que ver con sus intereses y deseos. Resulta casi imposible, entonces, pensar que encuentren la manera de vincularse con las organizaciones desde un lugar saludable, y lo que más a menudo se observa es que toman el trabajo como aquello que les permite sobrevivir, y a lo sumo desarrollan en él algún tipo de sociabilidad a través del compañerismo.

De manera que la alienación y la mera consideración del trabajo como sinónimo de supervivencia material, no pueden ser analizados sino a partir de una consideración de las actuales condiciones que impone el mercado a los sujetos y que comprenden también a las organizaciones.

Bawman, Zygmunt: Modernidad Líquida; Bs. As., FCEA S.A., 2002, Cap. 4.

“Los sindicatos transformaron la impotencia individual de los trabajadores en poder colectivo de negociación y pelearon con éxito intermitente para fundir las regulaciones que coartaban los derechos de los trabajadores y forjar con ellas limitaciones que constriñeran la libertad de maniobra de los empleadores.”
El autor refiere acá a un momento de la historia política en que el capitalismo aún podía definirse como económico, en contraposición al actual capitalismo financiero. La lógica de la producción suponía, desde luego, un sistema en que el capitalista explotaba a los trabajadores con el propósito de maximizar sus ganancias. Es decir, que la mano de obra se compraba al menor precio posible, aquel que permitía la reproducción del obrero y su familia, no más.
Esto daba lugar a un más que lógico resentimiento en la clase obrera, obligada a entregar sus mejores años al trabajo duro sin obtener más que lo necesario para su supervivencia y sin perspectiva de progreso alguno. Cada obrero hubiera encontrado del todo imposible encontrar un camino hacia la propia reivindicación de su trabajo y la demanda de cumplimiento de sus derechos como sujeto y trabajador, pero el modo en que la política era concebida y en el contexto de la realidad histórica que esto sucedía, había un canal donde encauzar esas demandas. Y esto se lograba mediante la formación de esos poderes representativos que funcionaban en paralelo con los poderes formales de la organización y que la empresa no podía ignorar.
Así, los trabajadores se nucleaban en torno de sus principales reivindicaciones conformando una fuerza de presión que operaba promoviendo en los altos mandos de la empresa la necesidad de constantes negociaciones que apuntaran a mantener la calma entre los obreros. No siempre se consiguieron grandes beneficios, pero sin dudas, esa fuerza colectiva en pos de una causa común, fue la vía por la que se logró obtener importantes conquistas que limitaban el poder pretendidamente absoluto de los dueños y patrones.
Hoy resulta casi impensable un escenario de esta naturaleza por cuanto el actual sistema neoliberal ha destruido todo embrión de nucleamiento de las personas con el propósito de obtener beneficios conjuntos. El Estado no es ya la fuerza mediadora que intenta promover tanto el capital como el trabajo procurando un entendimiento mínimo entre ambos, y sólo se aboca a la penosa tarea de atraer capitales que ya no funcionan en vinculación al trabajo sino que fluyen libremente e imponen sus condiciones, so pena de marcharse a otro sitio en donde sus exigencias se cumplan.
Cada persona ha de encontrar el modo de lidiar con aquello que atente contra sus derechos, todo exceso de poder, todo intento que vaya en contra de su libertad y autonomía como sujeto, sin poder unirse a otros con cuyos ideales comulgue.